La atribución de
estas elegías a Jeremías sirve para dar autoridad al escrito. Ciertamente, el
texto tiene muchos puntos de contacto con el libro de Jeremías, pero no parece
probable que sea él su autor. Por lo demás, identificar al autor interesa bien
poco.
Los hechos que dan
pie a las lamentaciones se narran al final del segundo libro de los Reyes, en
Jeremías 39 y 52, Y se transforman en una visión de Ezequiel (Ez 9). Se trata
del segundo asedio de Jerusalén, con sus consecuencias de hambre y sed, el
asalto, las matanzas, saqueos e incendios, y después el destierro forzado.
Uno o varios autores
hacen del suceso tema de sus canciones.
Se diría que han
vivido los acontecimientos y que escriben poco después de la catástrofe. Puede
ser que estos cantos se hayan recitado o cantado en celebraciones comunitarias
de duelo por la ciudad.
El autor no ha
sabido superar todos los escollos del artificio alfabético. Teológicamente las
elegías pueden representar un puente entre los profetas precedentes y el
mensaje de Isaías 11: entre Jeremías paciente y el siervo del Señor hemos de
colocar y leer estas cinco elegías.
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