sábado, 19 de mayo de 2012

LAMENTACIONES. CAPÍTULO 4.


41Se ha vuelto pálido el oro, el oro más puro,
están tiradas las piedras santas por las encrucijadas;
2los nobles vecinos de Sión, que valían su peso en oro,
cuentan como cacharros de loza, labor de alfarero.
3Hasta los chacales dan las ubres para amamantar sus crías;
en cambio, la capital fue despiadada como el avestruz del desierto.
4De pura sed, a las criaturas se les pega la lengua al paladar;
los niños piden pan y nadie se lo da;
5los que comían manjares exquisitos, desfallecen en la calle;
los que se criaron entre púrpura, se revuelcan en la basura.
6La culpa de la capital era más grave que el pecado de Sodoma,
que fue arrasada en un momento sin manos humanas.
7Sus príncipes eran más limpios que la nieve,
más blancos que la leche;
eran más rojos que corales, con venas como zafiros,
8ahora están más negros que hollín, no se les reconoce en la calle,
sobre los huesos se les arruga la piel, reseca como leña.
9¡Más dichosos los que murieron a espada que los muertos de hambre!
Aquéllos, apuñalados, se desangraron;
éstos, por falta de alimento.
10Las manos de mujeres delicadas cuecen a sus propios hijos
y se los comen mientras se derrumba la capital de mi pueblo.
11 El Señor sació su cólera y derramó el incendio de su ira,
prendió un fuego en Sión que devora hasta los cimientos.
12No creían los reyes del mundo ni los habitantes del orbe
que el enemigo lograría entrar por las puertas de Jerusalén.
13Por los pecados de sus profetas y los crímenes de sus sacerdotes,
que derramaron en medio de ella sangre inocente.
14Vagaban como ciegos por las calles, manchados de sangre:
nadie podía tocar sus vestidos.
15«iAparte -gritaban-, estoy impuro; aparte, no me toquéis!».
Iban como prófugos o fugitivos que ya no reciben asilo.
16El Señor mismo los ha dispersado y ya no se ocupa de ellos:
no hay respeto para los sacerdotes,
no hay compasión para los ancianos.
17Nuestros ojos se consumen esperando socorro en vano:
aguardamos vigilantes a un pueblo impotente.
18No podíamos andar por la calle, porque acechaban nuestros pasos;
se acercaba nuestro fin, el término de nuestros días.
19Los que nos perseguían eran más veloces que las águilas del cielo,
nos acosaban por los montes y nos acechaban en el desierto.
20Al ungido del Señor, al que era nuestro aliento,
lo cazaron en una trampa,
a aquel de quien decíamos: «A su sombra
viviremos entre los pueblos».
21 ¡Goza y disfruta, capital de Edom, princesa de Us,
que a ti también te llegará la copa:
te embriagarás y te desnudarás!
22Está cumplida tu condena, Sión, no seguirás en el destierro;
examinarán tu culpa, capital de Edom, y aparecerá tu pecado.

4 Ha pasado el momento culminante de las elegías, en cuanto a imágenes y a reflexión teológica. Hasta el tamaño decreciente parece indicar un descenso acelerado hacia el final.
La presente elegía emplea sobre todo el recurso de la enumeración y parece concentrarse en el momento de máxima confusión. La enumeración hermana y casi confunde a los vecinos con su ciudad: Jerusalén con sus piedras santas, los nobles, la capital Sión, niños, nobles, encrucijadas, nazi reos, mujeres, cimientos, puertas, sacerdotes, ancianos, calles, el Ungido.

4,1 El metal más precioso, que revestía el camarín del templo, simboliza los valores: cfr. Is 1,20. Las "piedras": véase Sal 102,15. 

4,2 La comparación alfarera recuerda a Jr 18,1-6; 19,10-11; 22,28 Y Sal 31,13.

4,3 La crueldad del avestruz es imagen proverbial: Job 39,15.

4,4 Sal 137,6. Véase 2,11.

4,6 El castigo proverbial de Sodoma: Is 1,10; 3,9. Un castigo directamente ejecutado por Dios se considera más llevadero que el ejecutado por los hombres: 2 Sm 24,14; más temperado (Sab 12,18), o más breve.

4,7 Los nazireos eran soldados voluntarios consagrados: Nm 6; Am 2,11; la palabra puede referirse genéricamente a un grupo selecto: Dt 33,16. Su belleza trae resonancias del Cantar (Cant 2,10).

4,10 Hay un paralelo imaginativo entre la crueldad despiadada de la ciudad (3) y la de estas madres enloquecidas. Vean se 2,20; Dt 28,57; Jr 19,9.

4,11 Ez 5,13. Los cimientos que él mismo puso: Sal 87,2. Puede leerse la visión de Ez 10.

4,12 Por sus fortificaciones (2 Cr 26,9; 27,3) Y por la protección divina (Sal 46 y 48).

4,13 La acusación de sacerdotes y profetas se lee en Jeremías: 2,8-5,31, 6,13; 23,11. Por esos asesinatos, el enemigo se convierte en vengador de la sangre; véase Ez 22.

4,14-15 La sangre contamina y los hace intocables, los sacerdotes pervierten radicalmente su función y tienen que vagar como los leprosos de Lv 13,45. Como ciegos: Is 59,10.

4,16 Quizá haya un juego en la primera frase, pues hlq puede significar la porción (2,24). Con otra vocalización se leería: "El Señor es su porción".

4,17 Se refiere a la falsa confianza en el auxilio de Egipto, denunciada repetidas veces por Jeremías: 2,18; 37,7; también Is 30,1-5; 31,1-3.

4,18 Véase Ez 7,1-12; 12,21-28. Inútil querer diferir lo inevitable.

4,19 Véanse Dt 28,49; Jr 4,13.

4,20 Sobre la captura de Sedecías, véase Jr 39,4-7; 52,9. Son notables los títulos dados al rey: aliento o respiración, sombra protectora; no es tanto la persona de Sedecías cuanto su función sagrada.

4,21 Quizá no fuera prudente mencionar entonces a Babilonia, o había que someterse, siguiendo las normas de Jeremías. Referirse a Edom no era sospechoso, y el pueblo vecino podía convertirse en nombre cifrado. Sobre la actitud de Edom véanse Abdías; Sal 137,7; Ez 25,12; 35; Jr 49,7-22. Sobre la copa del castigo véase Jr 25,15-29.

4,22 La condena cumplida: como en Is 40,2. Se puede leer en sentido no temporal; es decir, Sión ya ha recibido entero el castigo, y en adelante comienza su recuperación.

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